El número que no sabía matemáticas

Dedicado a los sacrificados profesionales consagrados a la didáctica de las matemáticas


ECUÁNIME, JUSTO, PONDERADO Y RACIONAL. Todos ellos son adjetivos que sin lugar a dudas describían a la perfección a nuestro protagonista. La fama y el reconocimiento le llegaron a raíz de la célebre asistencia al mismísimo rey Salomón con aquella acertada división, hace ya unos cuantos millares de años. Desde entonces, no le han faltado nunca ni el trabajo ni la reputación. Todavía hoy en día no hay decisión salomónica digna de ser considerada que no requiera la participación indispensable del número 2. Se podría decir que, desde aquella crucial intervención, la vida le fue generosa, agradable y fácil. Tal era su relajación que, desde hacía años, se había dejado llevar por una existencia plácida, sin esfuerzos. Incluso había abandonado los estudios de las matemáticas. Para ser honestos, ahora que no nos oye nadie, casi había olvidado por completo las pocas matemáticas que en tiempos remotos había llegado a aprender. No es que ello le perturbase en lo más mínimo el sueño. "¡Lo bien que me va sin tanta aritmética!", se jactaba medio en broma delante de sus innumerables fans incondicionales.

Pero no todo el monte era orégano. No todo el mundo se mostraba, ni mucho menos, tan impresionado por el número 2. Sin ir más lejos, su compañero inseparable en la serie numérica no sentía por él el más mínimo aprecio: estaba sumamente harto de tener que compartir tantos pódiums con él; de saber que, por mucho que se esforzase, aquel número 2 siempre le doblaría en cantidad sin ni siquiera llegar a despeinarse. Y aún hay más, él, que tantas matemáticas sabía, era incapaz de dividir; por el contrario, aquel número ignorante lo conseguía siempre con una elegancia extraordinaria. Estaba hasta el moño de él, por lo que el número 1 se dejó corroer por el rencor y la maldad. Pese a ser un solitario convencido, decidió quedar con un colega, otro número 1 como él mismo, con quien se encontraba de vez en cuando para componer un once como Dios manda. Entre los dos urdieron un plan para poner en un buen aprieto a aquel número 2, tan extremadamente prepotente desde su punto de vista.

Aprovechando la hora del patio, y el consabido abandono generalizado del teatro por excelencia de las matemáticas académicas, la vieja y negruzca pizarra de una escuela cualquiera, el par de números unos fueron en búsqueda del número 2 y le propusieron en tono amigable:

- Hemos encontrado una figura geométrica. Nos podemos divertir mucho con ella. Pero, para pasarlo bien de verdad, tenemos que ser tres. ¿Por qué no te vienes a jugar con nosotros?

Siempre predispuesto a dejarse tentar por el juego fácil, no necesitaron insistirle para que les acompañase a la pizarra donde se hallaba la figura geométrica dibujada con tiza. No hacía falta ser ni mucho menos un iluminado de la geometría para reconocer en aquella figura de tres lados, dos de ellos iguales entre sí, a un triángulo rectángulo. Apoyado como estaba sobre uno de los catetos, la hipotenusa resultaba una suerte de tobogán de lo más tentador.

-Como nosotros somos los dos iguales, nos pondremos aquí en los catetos y tú, que eres el mayor, tírate por el lado más largo. ¡Ya verás qué bien que se patina por él!

El número 2, ignorante y despreocupado, no dudó ni un minuto. No hubo más que proponérselo para que, ipso facto, se lanzara por la hipotenusa desbordando felicidad por doquier. Fue entonces cuando el par de unos no pudieron reprimir una sonrisa cuando menos perversa al percatarse que, rígido como era en sus horarios, entraba en escena el Dios de las matemáticas; o al menos el dios de las matemáticas de aquella aula: un ser inexorable que con la misma facilidad te hundía en la mayor de las miserias con un cero patatero, como te encumbraba en la gloria infinita con un magnífico diez. Los estudiantes, haciendo gala del típico argot escolar inocente y trivial, a aquel ser temible le llamaban "el profe de mates".

-¿Quién ha sido el zopenco, trozo de adoquín, que se ha atrevido a escribir esta burrada en mi pizarra? -gritó ofendido hasta la médula al tiempo que agarraba un trozo de tiza y, con toda la rabia del mundo, dibujaba una raíz cuadrada alrededor del número 2 que todavía se deslizaba feliz por la hipotenusa.

Enjaulado por sorpresa dentro de la inesperada prisión, el número 2, de pronto convertido en el número √2, intentaba por todos los medios escaparse mientras gritaba desesperado:

-¡Sacadme de aquí! ¡Ayuda! ¡Prometo que volveré a estudiar matemáticas! -gritaba deshecho en un mar de lágrimas, mientras sentía que perdía la cabeza, que perdía la capacidad de razonar, que se convertía ... en un número irracional. El primer número irracional de la historia de las matemáticas.

¿Y tú, lector? ¿Estás alerta? No olvides que en esta vida, mientras tú vas por ahí distraído, hay muchas maneras de lo más sutiles de encasquetarte una raíz cuadrada, así como quien no quiere, entre risa y risa. Si quieres hacerme caso, y por lo que pueda ocurrir, yo no dejaría de estudiar ... ¡MATEMÁTICAS!



Apunte matemático

El primer matemático que se dio cuenta de la existencia de los números irracionales fue Hippasus, que estudiaba con Pitágoras hace unos 2.500 años. Hipassus dibujó un triángulo donde los dos catetos son de longitud 1. Al aplicar el conocido teorema de su maestro Pitágoras para medir la longitud de la hipotenusa (aquel que dice que la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotenusa), Hipassus obtuvo que la longitud era el número √2, ya que:


Urbano Lorenzo Seva, Reus 2019

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